Estamos muy cerca de una fecha en la que todos los argentinos y muchos países hermanos recuerdan a quien llamamos el padre de la patria El Gral. San Martín.
Lo que sigue es una pagina quizá curiosa y anecdótica de la historia , pero sin lugar a dudas muestra un Eufrasio Videla , orgulloso de haber sido el ultimo soldado de San Martín.
NOTA SOBRE “EL ÚLTIMO SOLDADO DE SAN MARTÍN”
Tengo en mi biblioteca las cuatro revistas CARAS Y CARETAS que se publicaron durante el mes de mayo de 1910.
Entre los eventos y publicaciones extraordinarias que esta revista preparó para dar un digno festejo al centenario, envió periodistas a todas las provincias para que entrevistaran a todos los hombres de cierto renombre, publicaran sobre sus industrias y sus logros y diesen un panorama argentino de carácter nacional.
En mendoza, Caras y Caretas encontró a un curioso personaje que decía haber sido soldado del ejercito de San Martín.
Era un humilde viejito, con las piernas arqueadas de andar a caballo, que vivía “de lástima” en una casilla prestada por una familia importante.
¿Pudo don Eufrasio Videla haber sido soldado y combatido en Maipú?
Es difícil asegurarlo. Pero a su favor están estos argumentos:
Dice haber llegado “con los que vinimos de San Juan”.
No cruzó los andes junto a San Martín. Llegó a la última batalla, la de maipú.
Pudo haber venido de San Juan con un arreo de mulas. Ese viaje generalmente era hecho por gente jóven (12 ó 14 años). Por lo que en 1910 tendría
Habla del “zanjón” de maipo y no del “cajón” como sería los correcto. Eso muestra que no tenía un discurso preparado.
NOTA: Eufrasio no es un nombre común y en la historia aparece un Eufrasio Videla, al mando de unos indios, peleando en San Luis y es derrotado en “Las Quijadas” el 2 de enero de 1841 por el gobernador de Mendoza, el “Fraile Aldao”
No he podido establecer una relación entre este Eufrasio y el del reportaje.
Eduardo
Eufrasio Videla es un viejo alto, flaco, nudoso, erguido, casi tan erguido como los álamos que cortan las perspectivas en los alrededores de Mendoza.
Apenas un saludo y le espeté mi invariable pregunta:
- ¿Cuántos años?
- Treinta y ocho
- ¿Nada más?
El viejo sonríe, baja la cabeza para detener la mirada en el sombrero de anchas alas, color té con leche, al que sus dedos retorcidos como sarmientos hacen girar con porfía. Pienso en que el pobre hombre ha perdido la noción del tiempo, que desvaría su cabeza, que su memoria, más flaca que su cuerpo, yace tendida bajo la nieve de muchas décadas, porque me dijeron que Don Eufrasio es hombre que ha traspuesto los cien, y recupero mi actitud de moderno inquisidor,
- ¿Treinta y ocho nada más Don Eufrasio?
Sus labios mascullan un "ciento" y sale de nuevo, bien nítido, el "treinta y ocho".
Ahora me parecen muchos los años, mas no me detengo a aclarar el punto y prosigo el interrogatorio, haciendo que repita las respuestas dos y tres veces -y hasta cuatro y cinco-, a fin de alcanzar su sentido, pues resultan ininteligibles la mitad de las palabras en el lento balbucir de sus labios. Dijéronme que fue soldado de San Martín, pero no estuvo en el Plumerillo, ni se acuerda del general.
-Yo estaba en San Juan, entonces, cuando decían que en su Mendoza se formaba el ejército, y pasamos por ahí arriba, por Los Patos.
- ¿Peleó usted?
- ¿Y cómo no? Ahí en el Zanjón de Maipo, cuando ya no quisieron pelear más.
- ¿Pero, se acuerda de Maipú?
- Si que me acuerdo. Fue allí, pues, la última batalla, donde se rindieron.
-¿Y cómo empezó la cosa?
-Unos cuantos días antes yo había llegado con los que salimos de San Juan. Después fueron viniendo otros grupos de prisioneros y así se fue formando el ejército. (pudiera el relato muy bien referirse a la llegada de dispersos de Cancha Rayada). Nosotros estábamos de la parte de aquí –prosigue Don Eufrasio-, y al hacerlo sale al descanso de la escalera, poniendo cara a Los Andes, -y como en la parte de allí enfrente, en un cerrito blanco, estaban los godos.
-Flojanazos, ¿verdad?
-Hum… ¡Fieros habían sido! Peleamos y peleamos y no aflojaban… Después no quisieron pelear más cuando vieron que nosotros tampoco aflojábamos. Entonces corrimos atrás pa’ que se rindieran.
-¿Y se rindieron?
-¿Y cómo no? Si ya no tenían más ganas de pelear.
-¿Y se entregaban?
-Muchos se entregaban, otros querían escapar. Pero nosotros los alcanzábamos.
-¿Y no decían nada, los españoles?
-¿Quiénes, los godos? Si, decían: "¡No mate, corcho, no mate!", cuando los alcanzábamos.
Brillaron un punto sus pupilas, las arrugas dibujaron con gran esfuerzo una sonrisa y luego enmudeció el hombre, bajó la cabeza, y el sombrero retornó a girar entre los dedos.
Lo demás que nos contó forma un maremagnum de hechos y episodios confundidos, en que se mezclan sin distinción de épocas, Rosas y Quiroga y las montoneras y
El viejecito Videla vive en la casa del ingeniero Fossati en la calle San Martín, 1778. Nos dijo este caballero que Videla no conserva papel alguno, y que las medallas que poseyó en un tiempo las ha perdido o regalado, según relato del mismo Don Eufrasio, y que el coronel Morgado, guerrero del Paraguay, lo conoció en el ejército y de aspecto casi tan viejo entonces como ahora.
El gobierno de Mendoza le pasa una pequeña pensión, que le alcanza para cubrir sus modestos gastos. Lo demás se lo otorga la caridad de las personas que le recogen en su casa.
No podemos establecer a ciencia cierta si ha sido o no guerrero de la independencia porque ni siquiera la edad consta por documento público, pero si los 138 años son muchos años, es en cambio verdad que por estos pagos no son escasos los hombres de 110 o 115 años, y Videla bien puede oscilar entre estas dos últimas cifras y haber pertenecido a alguna de las milicias o cuerpos auxiliares del ejército de San Martín.
Mendoza 22 de Marzo -Revista Caras y Caretas Nº 607 – 21 de Mayo de 1910.
¡No nos mire, don Eufrasio! ... estamos llenos de vergüenza. ¿Que hicimos con lo que usted nos dejó? ¿Que quedó de todo eso?.
Cuando lo fotografiaron los Argentinos éramos ricos
¿todos?....
¿Y a usted como le agradecieron nuestros abuelos?.
Ahora ya no peleamos ....
aflojamos hace mucho tiempo; aflojamos don Eufrasio.
Pero su mirada cansada, que nos llega de tan lejos puede volvernos a despertar.
¡No afloje, don Eufrasio!
Eduardo Rosa - 2003
Eduardo Visco - periodista
Conductor "Debate Abierto"
Sec. de Prensa y Difusión
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